viernes, 24 de octubre de 2014

Capítulo 18

Hoy William Wallace está más tranquilo. Me pregunta por qué después de nuestra victoria en Falkirk  el 22 de julio de 1298 y teniendo a los escoceses a nuestra merced decidimos volver a Inglaterra y tardamos tanto en volver. Hoy a él le toca escuchar y a mí hablar. Ya volverá a ser su turno.

No se lo digáis a Eduardo, es más, negaré haber dicho esto si a alguien se le ocurre contárselo a mi señor, pero en las semanas posteriores a Falkirk no estuvo muy afortunado. Tras perseguir infructuosamente a Robert Bruce por media Escocia sin conseguir nada, Eduardo empezó a cumplir su compromiso de repartir tierras conquistadas en Escocia entre sus barones. Dos de ellos, muy poderosos, eran Robert Bigod (conde de Norfolk) y John Bohun (conde de Hereford) y habían sido notoriamente olvidados por Eduardo en la conquista de Gales; ambos esperaban una generosa recompensa en el reparto de tierras en Escocia. Os juro que discutí hasta la saciedad con mi señor para que no hiciera su siguiente movimiento, pero Eduardo es muy testarudo; decidió otorgar el señorío de la isla de Arran a un irlandés que se nos había unido y que le cayó en gracia, un tal Hugh Basset. 

Bigod y Bohun habían luchado en primera línea de batalla en Falkirk e interpretaron, no sin razón, este gesto de Eduardo como un ultraje. Tengo que reconocer que se excusaron amablemente antes de ordenar a sus tropas que les acompañasen de vuelta a Inglaterra. Eduardo decidió no repartir todas las tierras entre los señores que siguieron a su lado, reservando algunas para los señores agraviados, pero sucedió lo que yo le advertí: la sensación general sobre el reparto de tierras en Escocia que mi señor realizó, es que fue injusta.

Ya he comentado que el compromiso de los barones del reino de aportar tropas para las guerras que su soberano libre es limitado en el tiempo; y en octubre de 1298 ese tiempo había excedido con creces. El ejército inglés abandonó Escocia y la vuelta al país vecino no fue ni fácil ni rápida. Numerosos problemas nos esperaban en Inglaterra antes de poder volver a dar su merecido a los escoceses.

Creo que ya os he comentado los problemas entre los reyes ingleses y sus señores sobre las condiciones para la cesión de hombres que libraran guerras fuera del territorio inglés. Pero esta vez Eduardo I tuvo que afrontar la firme resistencia de sus barones; la cabezonería del monarca tampoco ayudaba, es cierto. Mientras los escoceses apuntalaban su dominio en la región y conquistaban el emblemático castillo de Stirling tras meses de asedio, Eduardo y sus barones se enzarzaron en una disputa jurídica sobre si sus súbditos estaban o no obligados a cederle hombres y hasta qué extremo. Nuevamente, los únicos que salían ganando en esta pelea eran los malditos abogados. Los de una y otra parte se embolsaron jugosos honorarios mientras el reino permanecía paralizado y los escoceses reconquistaban nuestros castillos. 

Os ahorro los detalles sobre los argumentos de las sanguijuelas leguleyas de Eduardo y de sus barones. Os resumo la historia. A finales de 1299 todos nuestros problemas parecían haber sido solventados cuando el Papa nos dio la razón en la disputa sobre Gascuña que trajo como consecuencia un tratado con Francia. Eduardo se casaría con la hermana del rey de Francia y su hijo con la hija de éste. Escocia había perdido a su principal aliado para enfrentarse a nosotros.

Además llegamos a un acuerdo con los grandes barones sobre los aspectos esenciales de su relación con el rey. Era tarde para tratar de conquistar Escocia, pero ya habíamos conquistado Gales en invierno, así que Eduardo pensó que podía hacer lo mismo con Escocia y convocó a su ejército para que se reuniese a mediados de diciembre de 1299 en Berwick. Fue un desastre absoluto. Wallace sonríe; por poco tiempo.

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