lunes, 10 de noviembre de 2014

Capítulo 21

Courtrai y Winchelsey. Esos son los nombres que esconden la clave para entender por qué a día de hoy Escocia está a los pies de Eduardo I y por qué el único hombre que se negó a aceptarlo está a punto de afrontar un juicio en Westminster en el que ni el mejor abogado apostaría un penique por un veredicto de inocencia.

Empecemos por Courtrai; no es el nombre de un noble francés, sino de un lugar. Un pequeño pueblo en Flandes donde el ejército del rey francés Felipe IV El Hermoso (le conocí personalmente, su apodo estaba justificado) fue masacrado por los flamencos el 11 de julio de 1302. Nuestra derrota en 1297 en Stirling Bridge fue una broma al lado de la que sufrieron los franceses en Courtrai. No es que un grupo de ciudadanos flamencos derrotaran a todo un ejército francés muy superior en número, sino que la cantidad de muertos entre la nobleza francesa decapitó al círculo de gobierno de Felipe IV y le impidió plantar cara a Eduardo I de Inglaterra. No podía enfrentarse a él en el conflicto entre ambos en Gascuña, y desde luego mucho menos seguir apoyando a Escocia en la lucha por su independencia. Desde hacía años Felipe había insistido en que cualquier acuerdo de paz con Inglaterra debía reflejar la renuncia de Eduardo a sus pretensiones sobre Escocia. 

Si los problemas de Felipe tras su derrota en Courtrai no eran lo suficientemente graves, el hermoso monarca francés cometió otro grave error: enfrentarse con el Papa. Felipe menospreció gravemente a un obispo francés y el Papa Bonifacio y él se enzarzaron en una dura polémica en la que buscar el apoyo de importantes aliados se convirtió en fundamental. Y pocos aliados más poderosos podían buscarse en Europa que la Inglaterra de Eduardo; de repente la independencia de Escocia por la que habían abogado tanto Felipe como Bonifacio dejó de resultar tan importante. Cuando se pactó una tregua entre Francia e Inglaterra, ninguna mención se hacía en la misma a Escocia, a pesar de la presencia en París de varios representantes escoceses, William Wallace entre ellos.

Pero para poder poner fin al problema escocés necesitábamos algo más que librarnos del apoyo francés a Escocia. En los primeros meses de 1303 los escoceses liderados por su Guardián John Comyn iniciaron una campaña en la que recuperaron varias plazas y emboscaron y asesinaron en Roslin al principal consejero de Eduardo en Escocia en temas económicos, Ralph Manton. Había que responder a esta afrenta; pero precisamente, nuestro principal problema era éste, el económico.

Y aquí entra en juego el segundo nombre que os he comentado como clave para la resolución del problema escocés: Winchelsea. Robert Winchelsea era el arzobispo de Canterbury y, como tal, cabeza de la Iglesia en Inglaterra. Durante los cinco años anteriores a 1303 Winchelsea había liderado la rebelión del clero inglés que se negaba sistemáticamente a otorgar cualquier apoyo financiero a Eduardo; en contestación mi señor prohibió a la Iglesia recaudar cualquier tributo en Inglaterra. 

La situación era insostenible, así que Eduardo decidió pasar por encima del arzobispo de Canterbury y apelar directamente al Papa, que estaba muy interesado en mantenerse en buenos términos con mi señor. Nos llevó tiempo al conde de Lincoln Henry de Lacy y a mí, pero finalmente conseguimos arrancar del Papa un acuerdo: la Iglesia podría recaudar sus tributos en Inglaterra durante los siguientes tres años ... y la mitad de lo recaudado iría a parar a las arcas de Eduardo. A Winchelsea no le quedó otro remedio que plegarse a lo acordado con el Santo Padre.

Habíamos solucionado los problemas diplomáticos y financieros para poder volver a Escocia, pero una cosa teníamos clara: no habría otra batalla como Stirling Bridge o Falkirk. El proceso para dominar Escocia sería largo y costoso. Tendríamos que ir obteniendo juramentos castillo a castillo, noble a noble y ciudad a ciudad. Y para lograr que nuestra tarea fuese más sencilla había una pieza clave; alguien de quien quizás ya os hayáis olvidado: el antiguo rey de Escocia, John Balliol.





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